“Vamos sumando. Morir llena, no vacía”
(Julio Medem de labios de Ana en Caótica Ana)
El hombre cree que va a vencer. Lleva armas, una espada plateada, hecha de hebras de estrella, un casco reluciente construído con rayos de sol. Es puro armamento frente a la astuta mirada de la draconiana bestialidad a la que se enfrenta. Los ojos del humano son claros y relucientes; los del monstruo, atragantes, embaucadores y engañosos.
Comienza por fin el combate. Un golpe aquí, una asestada allá y un movimiento filoso que intenta cortar escamas. Las mandíbulas de la bestias se abren, se estira su cuello, dientes y colmillos avanzan para morder pero no. El dragón es rápido, sí, pero el hombre valiente, valeroso y fuerte.
Sin embargo, el combate durará más de lo que aquel ser humano podrá soportar. Y al defenderse, en realidad, está intentando redimir a toda la Humanidad de esta. ¿Cómo vencer a la oscuridad plena? Comienza a cansarse. Duda. Tiemblan sus piernas. Se cansan sus músculos. Teme perder. Pero no. Vibran sus rodillas y en un último esfuerzo, cuando ya creía todo perdido, de súbito, un salto, una maniobra increíble, un golpe, un corte en el aire, una luz en plena oscuridad, la sangre negra que brota de la garganta de la bestia, su cuello que se corta, la cabeza del dragón que cae al suelo vencido.
El hombre sonríe, ha ganado. Ha derrotado a la muerte.
No todavía. ¿Cómo podría vencer ese final en la hora suprema? Surge del cuello herido, un gemido de dolor y del centro nueva piel, otra membrana, se regenera la carne, aparecen escamas y el dragón tiene ahora dos cabezas.
El hombre no desespera. Toma fuerte su espada y se prepara para el nuevo enfrentamiento. Una y otra vez, el guerrero corta el cuello de la bestia. Caen y caen más cabezas muertas y siempre se regeneran. Allí donde había una, ahora hay dos, cuatro, seis, doce, y más y más…
Al fin el hombre sucumbe, agotado en una desesperación frenética que no tiene fin. Sus músculos ya no pueden sostenerlo erguido, se quiebran las articulaciones de la rodilla. Cae al suelo. Los músculos ya no sostienen su espalda erguida. Teme, tiembla, llora. Apenas puede abrir los ojos para mirar a la bestia de frente. Un dragón de más de mil cabezas se yergue triunfante. La oscuridad lo devora.
Las tinieblas lo cubren todo. Ya no quedan vestigios de luz. No hay más que oscuridad. Aquí, la muerte, el final último.
* a.l.e.j.o. l.o.p.e.z +
Fuente de imagen: Tristán por Ciruelo
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