“Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo” (Génesis 3, 10)
Color, frutos, abundancia, unidad. Eso era el Paraíso. Pero Eva y Adán decidieron comer del “Árbol del Bien y del Mal” (el árbol de la dualidad), portal a nuestro mundo psicológico tal como lo vivimos hoy.
El Bien y el Mal son polos opuestos cuyo centro no es ni bien ni mal. En realidad, dichos extremos sólo existen en la dualidad. Y la dualidad (y su consecuente polaridad) sólo existe en el mundo material. La Unidad se expresa en diversidad. La polaridad es la herramienta de expresión de la Unidad o Totalidad.
Si el Paraíso es Unidad, el ser humano debe ser echado del mismo al haber probado la Dualidad. Este pulposo fruto de tan rico sabor (y que nos trajo tantos conflictos posteriores) le dio al hombre una herramienta que antes no tenía: el discernimiento (“…la mujer vio que el árbol era (…) deseable para adquirir discernimiento…” Génesis 3, 6). Es por y a través de la consciencia que podemos descubrir el mundo y descubrirnos a nosotros en el mundo. Más aún, descubrir nuestro propio mundo.
Nos enteramos así de que estábamos desnudos (frente al polo opuesto, estar cubiertos) y quisimos vestirnos. Las vestiduras son los velos que tapan nuestra esencia, como la Diversidad y Polaridad son los velos que viste la Unidad.
Descubrimos además, que teníamos miedo.
“Tuve miedo” dijo Adán. Dios buscó al hombre y le preguntó qué había hecho y el hombre contestó “tuve miedo”. Y agregó: “porque estaba desnudo”. Si la ropa son lo velos que nos cubren de nuestra desnudez, la vestidura entonces funciona para ocultar nuestra esencia. Adán tuvo miedo de sí mismo. Y lo articuló con la voz de su garganta y la angustia en el centro de su ser.
Todos nosotros somos ese primer hombre, ese hablar a Dios por vez prima. Esta primera voz humana dirigida a Dios fue para expresar nuestro miedo.
A partir de entonces, se ha instaurado en nosotros, un modo de ser, actuar y pensar fundamentado en el miedo. Y el nuevo don adquirido del discernimiento, lejos de reducirlo, lo incentivó.
Desde entonces, el motor de la Humanidad ha sido el miedo: miedo a la soledad, a la decepción, al fracaso, a la debilidad, a no ser amado, a la vida misma.
El discernimiento en su objetivo de sernos útil, nos ha guiado en cambio a la finalidad opuesta y nos ha hecho ignorar la Unidad. ¿Por qué? Porque ahora tememos. Por el discernimiento, se escondió Adán de Dios, de la Unidad, y por él tuvo que abandonar el Paraíso (allí donde habitaba la Unidad). Asimismo, hoy, por el discernimiento, nos escondemos de la Unidad y desconfiamos de su movimiento vital.
Pero el miedo se fundamenta en la ignorancia tanto como el día se fundamenta en el Sol. Quien conoce el pulso vital de la Unidad, ya no teme.
Hemos aprendido que Adán conoció a Eva y así tuvieron hijos. Para ser más claros y contemporáneos, Adán y Eva hicieron el amor y concibieron hijos.
El amor es, entonces, una forma de conocer. Y por lo tanto, vence a la ignorancia. Si el miedo es propio del ignorante, el amor es el método para vencerlo y propio del sabio.
Cuando hay amor, ya no hay más miedos. El amor lo abarca todo y al miedo ya no le queda lugar para existir.
El amor es motor
herramienta, medio e instrumento
y fin.
Imagen: "Deep in Conversation", René Magritte
1 comentario:
Sigo viendo el blog. Muy bueno. Un beso, Cris.
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