La historia es conocida. Todos los años (o cada nueve años según la versión) siete hombres y siete doncellas son entregados a Minos para que él pueda alimentar al Minotauro. El día en que ese tributo acontece por tercera vez, Teseo se entrega como víctima para poder enfrentar al monstruo y vencerlo. El mismo está encerrado en un laberinto diseñado para que nunca pueda salir de allí. Surge, entonces, un problema: el escape luego de que Teseo acabe con la monstruosidad. Antes de entrar a la mazmorra de túneles y pasadizos, el héroe se encuentra con Ariadna, hija de Minos (y media hermana del Minotauro), quien le ofrece la punta de un hilo quedándose ella fuera con el resto del ovillo para que Teseo pueda volver y evitar perderse en el centro de la enredada arquitectura, luego de haber vencido al cornudo monstruo.
Teseo es un héroe. Todo él es masculinidad, valentía y coraje. Todo héroe, para serlo, debe vencer a sus enemigos. Todo héroe, para serlo, debe defender lo justo, lo bueno, lo bondadoso y lo bello. El enemigo es entonces monstruoso, lo oscuro, lo feo. Y en efecto el Minotauro es más animal que hombre. Agresivo y violento, debe ser encerrado para ser controlado. Pero es una bestia insaciable a la que hay que alimentar con carne humana. El monstruo devora poco a poco a toda la humanidad.
Si Teseo es la luz, el Minotauro es la oscuridad, la sombra. Y sabemos que luz y sombra son dos polos de un mismo principio. El héroe se define en relación con la extinción del monstruo y el monstruo existe a partir de la aparición del héroe que lo enfrenta.
Ariadna también es la sombra de Teseo. Él es todo actividad, movimiento, acción e impulso. Ella es pensamiento, atención, reflexión, pasividad. Aquél es principio masculino, ésta es principio femenino. No en vano es hermana del monstruo, hermana de la sombra de Teseo.
La sombra es todo aquello que nos genera rechazo. Todo aquello que nos desagrada de nosotros mismos y que, por lo tanto, negamos. La luz es, en cambio, aquello en que nos reconocemos. Así, si somos generosos, no nos reconocemos en lo egoísta y, si somos hombres, no nos reconocemos en la mujer. Pero siempre que nos alumbre el sol, el cuerpo generará sombra. La sombra es lo peor de nosotros, la refutamos, la negamos y nos negamos a ella pero inconscientemente la llevamos escondida en lo más profundo de nuestro ser y la proyectamos hacia fuera.
Si Teseo camina bajo el sol, el Minotauro es la sombra que se haya bajo sus pies.
El Minotauro es toro, sí, pero también hombre. Es la parte más oscura de Teseo y de nosotros mismos. El laberinto son los recovecos de nuestra consciencia, que nos impiden llegar al centro, a lo más profundo de esa continuidad de pasillos interminables y de incontables conexiones y curvas. Allí, en el centro del laberinto (de nuestro ser) se encuentra el monstruo, nuestra oscuridad, nuestra sombra… La mazmorra fue creada por nuestra mente para protegernos de nosotros mismos pero, paradójicamente, es a través de nuestro pensamiento que podremos avanzar por sus recovecos. El laberinto es a la vez protección y prisión. Nuestra psicología oculta igual que muestra. Es embaucadora (por haber construido el laberinto) y al mismo tiempo guía dentro del mismo (es quien mejor lo conoce).
El Minotauro (monstruo) subsiste alimentándose de la humanidad… va devorando poco a poco todo nuestro “ser humanos”. El “ser humano” está vinculado con lo justo, lo bello, lo bueno, lo comprensivo. El monstruo, en cambio, con lo abominable, lo peligroso y lo impulsivo (por eso es encerrado). La virtud es la humanidad y el vicio es el monstruo. El vicio desea devorar a la virtud. Y la virtud acabar con el vicio.
Para ser héroe es necesario enfrentarse a uno mismo, a la sombra de uno mismo. Entrar en el laberinto de nuestra psicología y descubrirnos monstruos y oscuros. Mirar cara a cara todo aquello de nuestro ser que es feo, repulsivo, provocador, molesto, que nos desagrada y contra lo que sentimos un profundo rechazo.
Pero Teseo se entrega como víctima, no es forzado a entrar. Es necesario también que esa búsqueda de uno mismo, ese escarbar en el fondo de nuestro ser para saber quiénes somos, sea voluntario. Teseo es el defensor de la humanidad. Para enfrentar lo peor de nosotros mismos, es necesaria una alta confianza en nuestra humanidad y en nuestra capacidad de volver al mundo luego del enfrentamiento, aunque ahora modificados.
En esa búsqueda y en el duelo que conlleva podemos perdernos, desorientarnos y desubicarnos. Esto ocurre porque nos acercamos al centro de nosotros mismos, el centro del laberinto donde se encuentra el monstruo, dominándolo todo. El Minotauro es, en verdad, toda nuestra profundidad. Al vencer al monstruo, nuestra identidad es nueva y desconocida. Nos hayamos desorientados y recurrimos entonces al hilo de Ariadna para poder salir del laberinto, ya no con el ímpetu anterior, sino despacio, con cautela, siguiendo el rastro que nosotros mismos hemos dejado. La cuerda tendida es la confianza en nuestra humanidad y es también nuestra capacidad pensante, nuestro discernimiento. Al salir, ya no somos los mismos. Somos héroes.
Pero si el Minotauro es uno mismo, entonces, Héroe es quien se vence a sí mismo.
El mito del Minotauro nos invita a mirarnos en un espejo de aguas oscuras donde ya no hacemos foco en lo alto del Cielo, allí donde se haya el Sol, sino hacia abajo, para enfrentarnos al fin con la oscuridad profunda de nuestra sombra. Y al verla, vernos. Y al vernos, vencernos. La única forma de vencer a los monstruos es aceptándolos. La única forma de vencernos es, entonces, conocernos. Y, luego, aceptarnos. El único método para conseguirlo es el amor. Amor por los otros, el mundo y nosotros mismos.
ALEJO LÓPEZ