1 de septiembre de 2011

Job o el sufrimiento del Justo - parte 1/2-




Yo esperaba la dicha, y llegó la desgracia, aguardaba la luz, y llegó la oscuridad.  Job 30, 26

Me ha hecho hermano de los dragones y compañero de las lechuzas. Job 30, 29


            Job está cansado, agotadísimo. Se siente defraudado. Ha sido el más justo y, sin embargo, Yaveh autorizó a Satán a quitárselo todo. Una tarde, como cualquier otra, noticias fueron llegando para informar que los bueyes, asnos y camellos habían sido robados, los criados asesinados, ovejas y pastores habían muerto bajo fuego caído del cielo y sus hijos perecido todos en simultáneo bajo el techo de la casa de uno de ellos que de pronto se desplomó sobre sus cuerpos. Luego fue herido con una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza.

“Los rectos se asombrarán de esto, y el inocente se levantará contra el impío. Yo estaba tranquilo, pero Él me sacudió; me tomó por el cuello y me despedazó. El me ha puesto por blanco suyo; sus arqueros me han rodeado. Atraviesa mis riñones sin compasión y derrama por tierra mi hiel. Abre en mí brecha tras brecha; contra mí arremete como un guerrero. He cosido cilicio sobre mi piel y he hundido mi fuerza en el polvo. Mi rostro está enrojecido con el llanto, y sobre mis párpados hay densa oscuridad, a pesar de no haber violencia en mis manos y de ser pura mi oración."
Job 16, 11-17

            Job había sido un hombre justo, recto, sabio, honesto y sin embargo, parecía que la ira de Dios se descargaba contra él. Llegaron entonces tres amigos que habían oído las malas nuevas para consolarlo. Y fue luego de siete días y siete noches que Job rompió silencio para al fin maldecir el haber nacido, quejándose ante Dios, de tamaño poder y aparente injusticia y que insistía en perpetuar sus achaques contra él. Uno a uno, sus amigos postularon argumentos para razonar los males de Job que eran en verdad, difícilmente justificables. Job había sido justo y bueno, recto en el actuar y el pensar, siempre noble en el hacer. Y sin embargo, lo estaba sufriendo todo. Uno a uno, contestó a los argumentos denunciando la injusticia divina, la falta de misericordia y la desproporción en sus padecimientos. Finalmente, se alzó un último discurso en defensa de Dios: que los males tolerados ayudan a fortificar la fe. Pero esta última idea tampoco parecía poder corresponderse con el caso de Job que siempre había tenido fe.
           
            ¿Cómo puede ser entonces? ¿Cuál es la explicación del sufrimiento del inocente?

            Job nos habla de una herida profunda, una lastimadura que se niega a curar, un dolor que genera rencor. Es desde dicho rencor que Job acusa a Dios. Su sufrimiento es injusto. No hay catarsis posible, no hay exhumación de las emociones. Según Yaveh mismo, no había nadie “…como él en la tierra; es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal!" (Job 1, 8). Y, sin embargo, sufre.
            Pareciera que Job en su relato quisiera recordarnos que el mundo no se rige por nuestros propios cánones éticos de justicia y que el equilibrio que trae el Universo es bastante más complejo de lo que esperábamos. Dios no juzga los hechos por buenos o malos como nuestras escuetas, estrechísimas mentes pueden hacerlo. Aún creyéndonos justos y sabios, podemos sufrir las injusticias de este mundo. Que un hombre sea bueno no alcanza como garantía al éxito en esta tierra. Surge entonces un dolor de difícil curación y de una agonía intensa porque está acompañado de incomprensión, rencor e ira. Así como no podemos entenderlo, no podemos, tampoco, aceptarlo. Aquí, la divinidad parece oscurecerse (y en efecto, veremos más tarde que Dios contesta “desde la oscuridad”). Tamaña sensación se vive desde las entrañas mismas y no hay aparente explicación lógica y justa que la explique. Es la indignación plena ante lo injusto, la molestia por la impotencia, la rabia desmedida. Esa acumulación de furia que genera rencor. Y ese rencor que empieza a corrernos por la sangre volviéndose venenoso, enfermando al Ser. Cuanto más reflexionamos sobre ello, más injusto nos parece y más nos duele la herida. Respondemos de forma insensatamente animal e impulsivamente violenta. Respondemos como perros heridos que, al estar sufriendo, intentan morder la mano amiga que se acerca para curar. Nos sentimos en la más absoluta oscuridad y nos percibimos solos. Nos creemos perdidos.
            


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