Tal vez Job quiera enseñarnos a no buscar una respuesta que sacie y calme, un argumento que resuelva la duda y que acabe con esta dolencia. Quizás la propuesta sea permanecer en el silencio meditativo, en la escucha y la resonancia de la angustia y no en su resolución. No llenar el vacío (de rencor, ira y encono) sino escuchar su música silenciosa. En efecto, es posible que hayamos perdido el eje y no veamos ahora que la cuestión de si dicho sufrimiento es justo o no, aquí no tiene lugar. Somos los hombres quienes juzgamos por justo o injusto aquello que desde el Cielo es visto de otra manera. Y realmente creo que este evitar la calmosa respuesta puede llegar a dar algún resultado, este convivir con el vacío. Pero también es posible que sólo intelectualmente hallemos reposo y nuestro yo más emocional siga sufriendo la herida letal sin comprender las injusticias, el dolor, el sufrimiento extremo. Sí, es posible que el rencor siga acumulándose y aumentando en nuestro pulposo corazón.
¿Cómo superarlo entonces? O mejor dicho, ¿cómo lidiar con él? Intentemos, por favor, evitar pensar si es "bueno" o "malo" sufrir este dolor. Porque, desde el intelecto hemos aprendido que, en realidad, todo es bueno… pero la emoción se niega a obedecer y entender. Cuando estamos heridos, no queremos hacerlo. Fijémonos solamente qué movimiento puede apaciguar el padecimiento, volviéndolo leve. Miremos sin miedo, dispuestos a ver aquello que ya sospechamos: un sacrificio es necesario. Alguien debe morir. Pero, ¿quién?
El Ego. La única forma de superar el rencor que genera la injusticia es a través de la modestia. No podemos todo aquello que queremos todo el tiempo y a cada vez. La modestia, siempre silenciosa, calma, receptiva es el opuesto perfecto a la soberbia, siempre excitada y en movimiento, siempre en aceleración y en tensión. Allí donde el Ego se crea dueño, habrá dolor. Las reglas por las que se rige el mundo son complejas y misteriosas. No puede el Ego entenderlo todo. Habrá entonces que bajar el nivel de expectativa y trabajar en el principio de la realidad.
Aceptación no es sumisión ni resignación... es comprensión. Y para poder comprender hay que ceder en el deseo de control. Debemos recuperar nuestra proporción humana. No somos nosotros Yaveh, sino sus servidores, vástagos de Él Mismo, chispa divina del fuego motor del Universo, débiles mortales... chispas de luz... chispas de luz que brillan en la oscuridad.
El libro de Job termina con una imagen muy bella. Cuando todos los argumentos son expuestos, se aparece ante él una nube y dice el texto que “habló Dios desde la oscuridad” (tan sumido en ella estaba este pobre hombre). Todo grito, toda voz eufórica de queja es también un enorme pedido de ayuda, un desconsolado movimiento, un angustioso anhelo de auxilio y socorro. Y todo pedido exige y reclama una respuesta. Sabemos que Dios siempre contesta cuando lo llamamos. "Mas ¿qué espero? Mi casa es el seol, en las tinieblas extendí mi lecho” (Job 17, 13) dice Job y Yaveh se manifiesta para contestar Él Mismo.
En el texto Dios no se ocupa de argumentar si es justo o no, bueno o malo, sino que magnifica la dimensión de lo divino. Cuando Job ve aquello que la mayoría de nosotros no alcanzamos a ver, cuando percibe con todo su ser el Pulso Vital que esta bajo las formas, que todo lo empuja, que hizo a los átomos esparcirse por el cosmos, complotarse unos con otros para dar lugar a la materia, a los planetas, al universo, al agua y el mar, al cielo y los árboles y a la vida misma, es finalmente testigo de la fuerza que trasciende todo, de la fuente inconmensurable, inabarcable, innombrable, incontenible e inimaginable que es Yaveh. Entiende, entonces, que él mismo no es más que un punto pequeño, un grano de arena en el desierto, una gota de agua en el mar, una pequeña hoja de árbol. Un punto, nada más, en la infinitud cósmica de la eternidad. Se vuelve sabio así. Ha visto aquello que los demás no. (Y podríamos pensar que esta visión auténtica y única es premio a todos sus merecimientos). Comprende y teme. Y Dios responde cuestionándole si acaso él es capaz de provocar tormentas, de detener los mares, de asegurar el curso constante de las estrellas. ¿Puede él ver el corazón de los impíos? ¿Sabe el dónde se esconden las tinieblas? ¿Es capaz de llevar la cuenta de las almas? ¡Que haga crecer la hierba, caer la lluvia, tronar el cielo!, si se cree en derecho de hablar contra Dios. Y cuando Job ve, comprende y cuando entiende, acepta y pide perdón “desde el polvo y la ceniza” (Job 42, 6). “Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos” (Job 42, 5). Entonces, rodeado de modestia, coronado con la humildad es súbitamente engrandecido y su escala ya no es la misma que la del resto de los seres humanos. Y hasta sus amistosos compañeros que habían venido a consolarlo parecen tremendos pecadores. Él ha visto a Dios. “¡Ea, cíñete de majestad y de grandeza, revístete de gloria y de esplendor! ¡Derrama la explosión de tu cólera, con una mirada humilla al arrogante! ¡Con una mirada abate al orgulloso, aplasta en el sitio a los malvados! ¡Húndelos juntos en el suelo, cierra sus rostros en el calabozo! ¡Y yo mismo te rendiré homenaje, por la victoria que te da tu diestra!” (Job 40, 10-14).
Así, la argumentación divina no es lógica o racional, basta con una manifestación total de la categoría de lo divino que supera en creces los métodos de medición (la ética, la filosofía, etc.) de lo humano. Y es así la orden a Job de ser él mismo manifestación de esa Magnífica Presencia, incitando a los hombres seguir el camino que dirige al Cielo. Esta visión misma es el premio, esta visión el bálsamo que cura todo mal.
Bendiciones,
Alejo López
Barcelona
Ilustraciones: William Blake
[Este artículo ya fue publicado en la Revista Nº 9 del Portal Hinéni. Si quieres verla, puedes ir a http://portalhineni.com.ar/revista/index_9.htm ]
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