9 de enero de 2010

De rencores y heridas, primera parte

Según la mitología, hubo un tiempo en que tuvimos que compartir nuestro hogar, la Tierra con seres de otra naturaleza. Entre ellos, se encuentran los centauros. En general, eran considerados salvajes, anárquicos y peligrosos. Era inevitable que surgieran batallas entre el bando de la Humanidad y el otro bando, ecuestre, más tarde interpretadas como la lucha entre la racionalidad y el pensamiento civilizado, y los bajos instintos.

Quirón era un centauro único en su especie. Reconocido ampliamente por su arte de curar. Era considerado el mejor médico y respetado tanto por uno como por otro bando. Mitad hombre, mitad caballo estaba en perfecta armonía entre su parte más animal y su parte más humana.

Cuando surgían estas contiendas, Quirón, siempre sabio, se mantenía imparcial y no participaba de ellas.

Pero ocurrió una vez que, mientras sus primos huían de los hombres para tomar refugio en su estancia, fue herido por error por una flecha de Heracles. La agonía fue tremenda y el dolor no cesaba. Quirón que había podido curar a todos, no podía curarse a sí mismo. Fue entonces Prometeo quien aceptó cargar con el peso de la inmortalidad y regalar al centuaro su mortalidad. Así, Prometeo adquirió vida eterna (para su propio padecimiento) y Quirón pudo perecer y ya no sufrir más.

[en la imagen: Penteo contra un centauro]

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