17 de abril de 2010

Somos el destino del otro

A menudo decimos en Astrología que cuanto nos acontece es parte de nuestro destino. Así, un tránsito de Marte puede indicarnos que se sucederán situaciones donde este planeta sea el protagonista: un accidente, fiebre, competencia, discusiones o, simplemente, una renovada vitalidad expresada en miles de formas: deportes, sexualidad, direccionalidad al momento de hablar, etc. El Universo es sabio y proporcionará escenarios para la manifestación de esta función. Y el Universo es también preciso. Un tránsito es un punto clave en un proceso amplio y lento en el desarrollo del ser.

Pero la conciencia tiende a fragmentarse y quebrarse. En general, no somos enteramente concientes de nuestra totalidad como unidad sino que vivimos contradiciones internas. Muchas de ellas, negadas, se ven obligadas a ser expresadas por otros medios y se manifiestan en el mundo externo. En efecto, todo lo que nos acontece proviene de ese Sí Mismo que intenta hacernos integrar aún más nuestra totalidad. El destino, entonces, tiene poco de prefijado. El destino es en realidad nuestra sombra proyectada, todo ese rebasio de ser que preferimos ignorar e intentar callar. Cuanto más reconozcamos nuestra sombra, más cambiará el destino. Cuánto más incorpore yo de mi ser total, más tendrán que cambiar las situaciones externas. Si yo insisto en que soy "esto o aquello" mientras que las situaciones externas intentan hacerme ver que en realidad soy mucho más, dichas condiciones externas tendrán que repetirse hasta que haga un insight y descubra que soy tanto, tanto más. ¿Qué herramientas cuenta el Universo para hacérnoslo ver? Ponernos en situaciones donde dicha energía se manifieste y, particularmente, acercarnos a personas que manejen dicha energía.

Entonces, el "resto", toda ese gente que se nos cruza: amigos, amantes, parejas, familiares, compañeros de trabajo, de autobús, clientes, camareros que vienen a servirnos un café en un bar son en realidad parte, engranajes, de una maquinaria gigante y perfecta que llamamos "La Máquina del Destino". El otro es, sin lugar a dudas, nuestro destino propio.

Y aquí debemos hacer un juego de desdoblamiento, acuariano o geminiano (en definitiva, aéreo), y ver que si el resto es nuestro destino, nosotros somos los destinos de los demás. El Universo es preciso y exacto, nada es azaroso, nada coincidentemente casual. Todo es intencional. Ningún intento, futil. Aquí no hay pérdidas ni resabios. Cada encuentro que tenemos con alguien nos habla de nuestro propio destino pero también manifiesta la red en la que estamos inmersos porque habla del destino ajeno. Todos interconectados. Todos perdidos. Todos encontrados. Lo que uno haga, modificará a todo el resto; si uno cae, la red entera temblará. También, cuando uno se regocije. Este concepto puede vaciarnos y hacernos sentir que despersonaliza nuestra identidad. Pues entonces, no somos más que en relación con otros. Por el contrario, la propuesta es la otra: sólo al aceptar toda nuestra individualidad, sólo al atrevernos a pasar por el proceso de individuación de manera completa y total y asumir nuestro ser entero como unidad, sólo al ser nosotros mismos de manera plena, feliz y total, podremos hacer un aporte al arquetipo, iluminar la sombra y regalarle una ofrenda a esta red humana que conformamos. Y sólo así podremos hacernos dueños de nuestro destino y redigirlo, cambiando también el de la humanidad. Porque si somos espejos de la sombra del resto (y el resto es la proyección de la nuestra propia), en cada hombre está contenido la humanidad entera. Y, así, al resolver nuestro propio destino, salvaremos a toda la Humanidad.

+ a.l.e.j.o l.ó.p.e.z +

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El destino es siempre pasado. Lo nombramos y pensamos una vez acontecido, como algo que era inevitable y por eso destino. El destino no es futuro, porque es incierto porque tiene caminos dispares que podemos elegir y porque si supiéramos cual elegir decidiríamos sobre él. Pero el destino lo definimos sin elección, como camino y trayectoria que viene dada, pensada en el presente y viendo su pasado. ¿existe entonces el destino? o es la herramienta en la que proyectamos nuestro ser para decir: era inevitable, era el DESTINO

Anónimo dijo...

El destino es siempre pasado. Lo nombramos y pensamos una vez acontecido, como algo que era inevitable y por eso destino. El destino no es futuro, porque es incierto porque tiene caminos dispares que podemos elegir y porque si supiéramos cual elegir decidiríamos sobre él. Pero el destino lo definimos sin elección, como camino y trayectoria que viene dada, pensada en el presente y viendo su pasado. ¿existe entonces el destino? o es la herramienta en la que proyectamos nuestro ser para decir: era inevitable, era el DESTINO