12 de marzo de 2010

Del día en que el Saturno bailó con Venus...

El aspecto entre planetas como Saturno y Venus puede hoy en día aportarnos muchas reflexiones acerca de qué consideramos es el amor. Si Saturno es el constructor, tenemos aquí la idea de que “el amor es construcción”.

Pero vayamos por partes. Saturno es ese planeta que nos recuerda que no podremos todo, que tenemos límites. El padre que dice: “¡NO!”. Se lo considera un planeta duro y a todos los seres nos cuestan sus tránsitos, siempre dispuestos a exigirnos más o demostrarnos que en realidad, podíamos menos. Visto así, Saturno es enemigo acérrimo de toda nuestra humana sensibilidad. Pero sabemos que en el Universo todo está medido y nada sujeto al azar. Si Saturno gira en el Cielo es porque nosotros lo necesitamos. En efecto, el límite puede ser también posibilitador. Es el “no” paterno/materno que enseña al niño a comportarse y lo prepara, por ejemplo, para la vida en sociedad.

Una imagen que me gusta de Saturno es la del niño, intentando caminar. Los límites son su propio cuerpo, músculos todavía débiles, huesos blanditos, y el duro suelo. A cada intento es una caída, a cada intento, un golpe. El sitio donde itentan apoyarse los pies se vuelve un enemigo: frío, duro, siempre allí preparado para dañar luego de la caída. Pero el niño no cesa y consigue persistir. Tal vez, la persistencia sea uno de los dones que quiera darnos este maestro. Es a través de la paciencia que el niño al fin consigue pararse en sus dos pies y, poco a poco... camina!

Entonces comprende que la dureza del suelo era necesaria. ¿Cómo hubiera hecho para aprender a caminar sobre uno blando de almohadones? Lo duro, una vez límite, ahora es soporte y apoyo, la base sobre la que se sostiene erguido. Paso a paso, adquiere seguridad. El piso se vuelve un aliado, sosteniéndolo siempre.

Eso es Saturno.

Pero hay quien no se contenta sólo con caminar. Y cuando el suelo ya es un desafío vencido, se mueven a buscar otros límites que puedan ser, además, otros puntos de apoyo. Una bailarina, todavía joven, eleva su talón, arquea su pie e intenta suspenderse posando en el suelo solo la punta de su pie. Se cae. Una y otra vez. Revive entonces la frustración que sintió de pequeña y se rinde. O no, hay quien no se cansa. Con paciencia y esfuerzo vuelve a elevarse, a arquear el pie, a intentar controlar la respiración. Los músculos se tensan y lo intentan. Y cae. Una y otra vez. Es necesario caer, es necesario golpearse. Pasa también a la barra. Intenta caminar sobre ella, saltos, giros... caídas y golpes. Sufre. Pero entonces un día, un día como cualquier otro, no marcado por señas especiales o intuiciones poderosas, funciona. El pie se mantiene firme, la punta sobre el suelo solamente, el arco marcado, los músculos fuertes, los brazos en alto, el rostro que deja surgir una sonrisa luego de la expresión de esfuerzo... por unos pocos segundos ocurre el milagro de la suspensión y, antes de caer, un giro, un salto... y ya no hay caída. La suela del pie sabe acomodarse contra el suelo, recuerda la bailarina que la dureza de abajo es el primer sosteń y apoyo. Sonríe. Con el tiempo, consigue bailar y danzar. Saltos, giros, vueltas, ya no hay golpes, sólo belleza.

Aquí tenemos a Venus, la madre de lo bello, aliada a Saturno. Fue el esfuerzo, el perseverante intento saturnino que pudo dar forma a Venus. Eran necesarios los golpes y la caída, era necesario el suelo tosco y duro, la barra agresivamente estoica, insesible al dolor de quien se movía sobre ella. Saturno da forma a todo planeta que toque, llevándolo a su esencia. Así, el arte adquiere un sostén fuerte y propio. El caminar ya no es simplemente funcional sino además, bello. El caminar es bailar.

Pasemos ahora a buscar qué significaciones psicológicas puede llevar esto. Aquí tenemos el amor difícil. El amor que hay que construir. La película “Los puentes de Madison” habla de este tipo de amor en el que no todo está dado sino que, por el contrario, todo parece en contra. Pero, en realidad, estos límites son posibilitadores como el suelo fue el posibilitador del caminar y, posteriormente del danzar. Que sean otros los que digan que les parece que este amor puede pecar de frío, de hostil o de calculado y racionalizado. Otros, que no supieron vivirlo o no supieron darle la forma que necesitaba. Que aprendan a ver, en cambio, que este tipo de amor puede ser más bien maduro y autosostenido. Puede poseer una estructura firme y concreta, funcional en el mundo de lo real y con mucha capacidad de concreción física.

Si el amor es un danzar entre dos y la danza es Saturno en aspecto con Venus, podemos comprender una profundidad arquetípica del vínculo de pareja. Aquí no basta con estar juntos y acompañarnos, es necesario construir algo, es necesario trabajar algo. Todo el ser se empeña a descubrir el ritmo del otro, a medir su peso y forma, sus movimientos. Para bailar, los cuerpos establecen un profundo contacto y nunca pierden registro del otro, de su necesidad y sus puntos de apoyo. El resultado no será una relación tortuosa y sacrificada (aunque esta se la primera impresión que tenga la consciencia) sino un amor firme, sólido y bello. Un amor que nos haga bailar.